Hola, padre! Soy yo, tu hijo Michael. ¿Qué no te acuerdas de mi? Ah pues, soy aquel que nunca haz vuelto ver desde hace 30 años. Sí, ese mismo. No te disculpes porque yo tampoco te conozco. Apenas tenía dos años y ni siquiera tengo una imagen mental de ti. Sabes, el otro día fui al cine con mis dos hijitos (imagino que tampoco sabías que tienes nietos) a ver Up, la película más reciente de Pixar, sin saber de que se trataba. No pasaron 10 minutos cuando las lágrimas empezaron a chorrear como cascada y mi garganta se cerro casi completa porque uno de los temas principales de la película es las relaciones de padres e hijos. Aparentemente al ahora yo ser padre esos sentimientos que pensé estaban enterrados bien profundo en mi corazón salieron a flote tan rápido como la espuma. Sabes, se acerca el Día de los Padres este próximo domingo y pensé que este es el momento ideal para expresarte lo que siento.
Te preguntarás, ¿qué clase de niño fui? Bueno, pues yo diría que era el clásico niño gordito inteligente. Lo que me faltaba para parecer un mini genio eran los espejuelos que empecé a usar hace poco. Siempre tuve buenas notas y hasta canté el himno de USA en mi graduación de kinder. En los deportes siempre fui un desastre. Recuerdo con terror cuando mami nos apuntó en una liga de pelota en Glenview cuando tenía 8 añ0s y yo no tenía idea de lo que tenía que hacer. Esa primera vuelta corriendo por el parque fue mortal. Mami hizo lo que pudo, con poco éxito, para practicarnos los “fundamentos” en el patio. Mi infancia fue feliz a pesar de que no nos sacaban a pasear mucho. Una madre profesional sóla con dos niños (un tanto traviesos) no tenía mucho tiempo para nosotros. Como todo niño pensaba, ¿dónde esta mi papa? Ese tema nunca se tocaba en casa y pienso que tu nombre estaba vetado así como el de Voldemort. Tu recuerdo se fue echando al olvido y con el tiempo no llegué a pensar más en ti.
Sabes que? Olvida lo que escribí en el párrafo anterior porque parece que estoy teniendo lástima de mi. En realidad, soy yo quien siente lástima por ti. Por qué, dices? Porque te perdiste compartir con un ñino feliz de buenos sentimientos. Porque no me acostaste a dormir y te pedí bendición todas las noches, porque te perdiste todos mis cumpleaños, porque no estuviste allí cuando me gradué de universidad, porque no fuiste con nosotros a Disney, porque nunca supiste lo que fue sentir el amor I-LI-MI-TA-DO de un hijo. Ahora en tus años dorados, si es que todavía estás vivo, tampoco sabrás lo que es tener nietos. El morir sólo y sin amor es tu destino. Eso sí que es lamentable.
Ahora a mis 32, casado con dos hijos y uno en camino, siempre procuro darle a ellos el amor de padre que me faltó. Cuando estaba por nacer el primero, dudé si podría ser un buen padre ya que no tuve el ejemplo. Con el tiempo descubrí que con tan solo estar allí con ellos, en las buenas y las malas, ya era el mejor padre del mundo.